En estos días, está de moda hablar de autenticidad y transparencia. Nos dicen que debemos "decir lo que pensamos", ser honestos y directos tanto en nuestras relaciones personales como en las profesionales. Y aunque esta búsqueda por ser genuinos tiene su valor, también puede llevarnos a expresarnos sin filtro, sin haber gestionado nuestras emociones primero, lo que puede generar consecuencias más profundas que un simple malentendido. Aquí te cuento por qué.
Es fácil creer que ser completamente honesto y decir todo lo que sentimos es lo correcto. Después de todo, ¿no debería la verdad prevalecer siempre? Pero la realidad es más compleja. La honestidad sin filtro, especialmente cuando viene cargada de emociones no gestionadas, puede ser una espada de doble filo. Y una muy filosa. Cuando hablamos desde el enojo, la frustración o la ansiedad, sin procesar primero lo que sentimos, nuestro mensaje puede salir contaminado por esas emociones intensas, y en lugar de generar comprensión, puede provocar rechazo, conflictos y hasta dañar relaciones importantes.
Las emociones son una parte esencial de lo que somos, pero no siempre cuentan toda la historia. Muchas veces, nuestras emociones se disparan por experiencias pasadas, expectativas no cumplidas o inseguridades. Reconocer lo que sentimos es vital, pero también lo es entender de dónde vienen esas emociones y qué queremos lograr al comunicarlas. Lo más importante: debemos hacernos cargo de nuestras emociones antes de culpar a otros por lo que sentimos.
Por ejemplo, si algo en tu relación de pareja te molesta, puede ser tentador soltar todo lo que sientes en el momento. Sin embargo, actuar desde la emoción puede llevarte a decir cosas que, aunque honestas, no reflejan lo que realmente deseas expresar. Lo que empieza como un intento de transparencia puede transformarse en una explosión que daña la relación. Y es que la comunicación no es solo "decir las cosas como son"; requiere de autoconocimiento y responsabilidad.
Nuestras relaciones más íntimas, como las de pareja, familia o amigos, son las más vulnerables a este tipo de comportamientos. Cuando hablamos sin filtrar nuestras emociones, es fácil que la otra persona se sienta atacada o incomprendida. Además, cuando nos dejamos llevar por la intensidad del momento, solemos utilizar palabras hirientes, generalizaciones o emitir juicios, lo que genera tensión y deteriora el vínculo. Así, con el tiempo, ambas partes empiezan a anticipar conflictos en cada conversación, debilitando la relación.
Según la neurocientífica Lisa Feldman Barrett, el cerebro no solo reacciona a lo que sucede, sino que también hace predicciones constantes basadas en experiencias pasadas. Estas predicciones influyen en cómo interpretamos y respondemos a situaciones futuras. En resumen, si te acostumbras a tener conversaciones conflictivas o cargadas de emociones negativas, tu cerebro (y el de la persona con la que hablas) comenzará a predecir que cada nueva interacción seguirá ese mismo patrón. Este ciclo vicioso hace que la otra persona esté a la defensiva incluso antes de que empiece la conversación, lo que dificulta una comunicación efectiva y abierta.
Las interacciones negativas no solo tienen un impacto inmediato, sino que moldean las expectativas futuras de nuestras relaciones. Este fenómeno puede debilitar la confianza y la conexión, haciendo que ambos se preparen para lo peor antes de cada diálogo. Pero, ¿cómo romper este ciclo?
Una parte fundamental de tener relaciones sanas es asumir la responsabilidad de nuestras emociones. Esto significa reconocer que lo que sentimos no es culpa de los demás. Antes de criticar o quejarte, pregúntate: ¿Qué de esta situación está bajo mi control? ¿Qué necesidades no estoy satisfaciendo por mí mismo? ¿Estoy reaccionando desde el juicio o desde el dolor?
Cuando adoptamos una perspectiva de responsabilidad emocional, la necesidad de "soltar" nuestras emociones de manera impulsiva disminuye, y podemos elegir cómo y cuándo comunicarlas de manera más efectiva.
La honestidad es crucial para cualquier relación, pero una honestidad mal gestionada puede causar más daño que beneficio. Cuando reaccionamos ante nuestras emociones sin haberlas procesado primero, corremos el riesgo de crear un ciclo de interacciones negativas que refuerzan predicciones conflictivas, tanto en nosotros como en quienes nos rodean.
Así que la próxima vez, antes de hablar, tomáte un momento para escuchar lo que tus emociones quieren decirte a vos primero. Considerá cómo tus palabras pueden influir en el futuro de la relación. Gestionar nuestras emociones antes de comunicarlas no solo fortalece nuestros vínculos, sino que también mejora nuestra calidad de vida. Y si una relación ya se ha deteriorado por ese ciclo de interacciones negativas, es hora de cambiar el patrón: a veces, pedir ayuda externa, ya sea terapia o una mediación, es el primer paso para romper ese ciclo y crear nuevas predicciones positivas.
Jorge
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